lunes, 27 de agosto de 2012

Neil Armstrong se llevo el secreto a la tumba?


Quiso la casualidad que fuera un 23 de julio de 1969, tres días después de que Neil Amstrong pusiera sus pies en la Luna, la fecha elegida por un misterioso hombre de fortuna, Janos Moricz, para declarar ante notario uno de los descubrimientos presuntamente más importantes de la historia. Decía haber hallado en la provincia de Morona–Santiago (Ecuador) unas láminas metálicas que contendrían la historia de una civilización perdida. Según Moricz, tales láminas –agrupados dentro de distintas cuevas– estaban grabadas con signos y escritura ideográfica. El tema cobró interés mundial cuando el escritor suizo Erich von Däniken publicó El oro de los dioses, obra centrada en el misterio de Los Tayos que se convirtió en un best seller.

Los mormones se entusiasmaron con el libro de Däniken, pues creyeron que la historia de Los Tayos presentaba ciertos paralelismos con su propia doctrina religiosa. Según su profeta, Joseph Smith, existiría un libro de oro guardado en antiquísimas cavernas situadas en la cordillera de los Andes. Ese libro sería el original del Libro del Mormón, la «biblia» de este grupo religioso. Dicha revelación le fue anunciada a Smith por un ángel luminoso que dijo llamarse Moroni, el cual se le apareció una fría noche de invierno. La comunidad mormona se convenció de que la «biblioteca» descubierta por Moricz podrían ser las míticas planchas de oro de su libro sagrado; sobre todo teniendo en cuenta que el hallazgo se había relizado en una zona llamada Morona–Santiago.

Los líderes mormones decidieron que Neil Amstrong debería ser el encargado de descubrir la preciada reliquia religiosa. Así, en julio de 1976 un grupo de científicos y militares ecuatorianos se abrió paso a través de la selva donde moran los indios shuaras, mitificados en Occidente como los reductores de cabezas. Al frente de la expedición se encontraba Neil Armstrong. Después de 35 días de marcha, llegaron a una zona montañosa e irregular, situada en las faldas septentrionales de la cordillera del Cóndor, donde encontraron una oscura boca de entrada a una inmensa cueva. Desde el principio se confirmó la inmensidad de las cavidades interiores, donde ni las más potentes linternas eran capaces de alumbrar en su totalidad las estancias, que podían albergar catedrales enteras.

La expedición de Neil Armstrong no encontró la famosa biblioteca de oro, pero sí logró confirmar la existencia de dinteles y bloques de piedra cortados, cuyas formas parecían claramente artificiales.
Finalmente, la expedición se llevó de la selva ecuatoriana cuatro cajas de madera selladas que no permitieron abrir a los indios shuaras, quienes se sintieron engañados y estafados. Al parecer, las cajas contenían restos arqueológicos consistentes en estatuillas de gran valor para los indígenas. El astronauta aseguró que su visita al mundo subterráneo había sido incluso más interesante que su paseo lunar. Y añadió: «Al igual que he sido el primer hombre en estar allí arriba, quise ser también el primero en estar allí abajo».



Fuente: doblepensar.com

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